21/8/15

El chino nuevo vende lo mismo que el otro. Apenas les separan cien metros y una esquina en cuesta. La diferencia es que la china del chino nuevo se queda muy callada tras el mostrador mirando al infinito. Las pocas veces que he entrado siento que su mirada perdida es un reclamo publicitario, y por eso me vuelvo disimulando para encontrar el punto al que se dirige. Un día creí que se trataba de los bajos del frigorífico de los refrescos, lo que hizo que mi envidia se multiplicase por cien y le sumara mi admiración: ensimismarse con la rejilla de un electrodoméstico demuestra una vida interior abundante y plena. Creo que el nuevo chino no durará mucho. La dueña del otro tiene una visión más comercial, sólo manchada con la afición a las películas románticas que ve en un portátil forrado de plástico que coloca sobre una banqueta. Pero su vicio se interrumpe al oír la campanita de alarma de la máquina del pan o cuando un niño trata de robar alguna chuche. Este pensamiento local es escalable y aplicable para entender el éxito y el fracaso de cualquier organización empresarial, política o religiosa que conozcas.

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