tag:blogger.com,1999:blog-75239274727506814132024-03-14T06:45:15.528+01:00los días del mundoUnknownnoreply@blogger.comBlogger1346125tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-57085300841024971492015-11-17T09:44:00.002+01:002015-11-17T09:44:27.556+01:00https://lapieldelosqueesperan.wordpress.com/<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-25209047420623860502015-11-17T09:42:00.002+01:002015-11-17T09:43:28.073+01:00A partir de ahora no publicaré más en este blog, aunque permanecerá abierto para los que quieran leer su contenido.<br />
Los que queráis seguirme podéis hacerlo en el nuevo: https://lapieldelosqueesperan.wordpress.com/<br />
Muchas gracias<br />
<br />
<a href="https://lapieldelosqueesperan.wordpress.com/"></a><div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-72190926368422512202015-10-23T09:57:00.001+02:002015-10-23T09:57:10.504+02:00La chica que tenía que presentarme me mandó un whatsapp a media hora de empezar. Decía que había tenido un accidente y que lo sentía mucho pero que no podía venir. Le pregunté cómo se encontraba, pero ya no estaba en línea. Misterioso. Sobre todo por un correo que me mandó la semana antes diciéndome que sufría miedo escénico y que eso de hablar en público le inquietaba. Total, que le dije a Mireia que se sentara a mi lado, en una silla metálica, más de velador que de librería, y que además le iba grande. Pude ver sus piernas columpiándose todo el rato.<br />
Ayer leía un comentario del poeta Alberto Masa en su blog. Hablaba de Burroughs y de lo que escribió en El almuerzo desnudo: Se aprende más hablando que escuchando. De ser cierto le saqué partido a esa hora en que mi voz deambuló caprichosa y sin brújula. Después leí algunos poemas. Las piernas de Mireia seguían bailando en el aire. Quizá la poesía sea eso y no lo otro. Quizá no atendí a la revelación y llené de palabras un vacío que estaba llamado a ser un elogio del movimiento, los zapatos de mi hija describiendo una curva superior a cualquier pensamiento improvisado.<br />
Entre una lectura y otra se acercaba y me decía al oído: ¿tienes sed?, a la vez que me ponía agua en un vaso que luego se bebía ella.<br />
La presentación fue perfecta. Ahora lo sé. Ninguna de las que vengan, si es que lo hacen, podría resultar mejor. Te debo una, Mireia.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-49719753839479493562015-10-23T09:56:00.003+02:002015-10-23T09:56:36.323+02:00Hace dos años miraba más el paisaje. Nunca había trabajado junto a un bosque y de pronto me encontraba ante una formación de árboles que querían decirme algo. Escribía y no apartaban la vista. Quizá su estrategia fuera plantarse frente al intruso del ordenador, como en las películas en que los recolectores de algodón se plantan frente al capataz en silencio y se quedan muy quietos a la espera de que el tirano capte el mensaje. Yo era el capataz de los ventanales, pero seguía sin saber. Después me acostumbré a su presencia y desaparecieron. Ayer por la tarde volvían a estar allí. Kawabata contaba que descubrió la belleza en el resplandor del sol en unos vasos colocados sobre la mesa de un hotel en Hawái. Le pasó a los setenta años, poco antes de morir. Había ido a dar una conferencia. Al bajar a desayunar se encontró con esos destellos, las estrellas de luz con las que el sol le quería decir algo. Mi bosque, aunque no sé si llamarlo así porque oficialmente es un monte bajo, siguió su ejemplo ayer, justo cuando las sombras de los árboles estaban a punto de desaparecer y los verdes se confundían con los ocres de la tierra y los grises que dejaba caer el cielo como lonchas de un fiambre imaginario que querrías recibir con la boca abierta y luego masticar como cualquier alimento.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-71281802936444047502015-10-23T09:56:00.001+02:002015-10-23T09:56:11.577+02:00Me gusta planchar con la radio. Cuando lo hago soy todo lo crédulo que esos programas desean de mí. Apariciones en pueblos. Niñas que tocan el piano con dos años. Cuando me cansa una historia busco otra. Sale una voz dando consejos capilares, que también me creo aunque no decida llevar a la práctica porque mi pelo goza de buena salud de momento. Escuchar la radio mientras plancho me devuelve a las frases que oía de niño, de boca de mi madre o de la asistenta: las dos manos planchan. Los pasillos de donde venían esas voces se han hecho tan largos y negros que en tardes como esta (será también por la lluvia) dan ganas de gritar. Las dos manos planchan, es así, sobre todo al alisar una camiseta de gimnasia, talla ocho, por ejemplo, blanca con unas rayas rojas muy delgadas, con el nombre y apellido de alguien escrito en la etiqueta.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-23295796965197265332015-10-23T09:55:00.003+02:002015-10-23T09:55:43.449+02:00Cualquier alma viene con un libro de visitas<br />
atado con una cuerda para que nadie lo robe. <br />
Tapas de falsa piel manoseadas por el tiempo <br />
y los curiosos. Yo estuve aquí en 1983, dice uno, <br />
como si su nombre fuese oro.<br />
Los ritos de la experiencia monumental,<br />
extraños en cuadrigas imitando a Charlton Heston,<br />
predicadores en púlpitos de plástico, pontífices<br />
sumos del amor hechos en China.<br />
Qué pereza casi todo. Tenía razón Manrique:<br />
(adapto sus versos a hoy) La memoria <br />
es un premio de consolación<br />
para cuando en el tragaperras de la vida<br />
solo te salen limones.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-75399010165741338192015-10-23T09:55:00.001+02:002015-10-23T09:55:12.063+02:00Solo las preguntas son mías,<br />
ni siquiera las alcayatas negras<br />
que las sujetan <br />
van en el paquete.<br />
Dudas que colecciono<br />
como coches Hot Wheels <br />
que mi mano dirigió. Pero en difícil.<br />
Yema del índice (blanco de la presión) <br />
sobre el parabrisas <br />
echando a la sangre hacia otro lado, <br />
espantándola para buscar<br />
lo que nunca aparece.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-17140597826053349942015-10-23T09:54:00.001+02:002015-10-23T09:54:34.151+02:00Estaba en la explanada del hotel vela y se acercó una pareja para que les hiciera una foto. Llevaban unas bicis antiguas. El sol de mediodía se reflejaba en los cristales. Posaban negando mi presencia, como manda el amor. Simplemente buscaban algo con ojos y dedos, y yo cumplía los requisitos. Un espejo para después, para el invierno. Es de mala educación pensar algo así mientras encuadras dos cuerpos en la pantalla de un móvil. Hay que dejar que la luz les ordene como pueda y le dé al mundo esos dos segundos que necesita para convertirse en un lugar adecuado. Disparé tres veces para no equivocarme. También por ellos y un poco por un presentimiento que de pronto subió por mis dedos creando una corriente parecida a la sanguínea pero más ligera, con capacidad para formar olas y reprises de agua brillante corriendo sin dirección. Ah, sí, me dijo algo en las tripas, recuerdo que era así. Fue la envidia con mejor salud que conoceré nunca, aunque con dientes de oro que hacían sangre al morder. Cómo si no. Al devolverles el teléfono me dieron las gracias sonriendo y sin levantar la vista de la pantalla. El dedo de la chica fue deslizándose hasta que me hizo desaparecer.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-27746225079858437322015-10-23T09:53:00.001+02:002015-10-23T09:53:50.205+02:00He cogido la costumbre de escribir para saber que estoy vivo. Mireia me regaló una pluma que le sobraba. Este año aprenden a usarla en el colegio. Acaba con las manos negras, pero en el viaje descubre la emoción de las palabras naciendo tan cerca. La punta se desliza. La uve. La eme. El tiempo es esa mosca que vuela entre una letra y otra. No sé si empieza a sentir mi necesidad o solo ha abierto la puerta del gimnasio. Quién lo sabe. Tecleo ahora en el bloc de notas del móvil. Mis dedos son ratas alrededor de un saco de trigo. No hay mérito en algo así. Voy camino de Barcelona. El sol ya no está. Julio César sabía que había estado en la guerra cuando se sentaba a escribir. Ya somos dos. Mi Omnia Galia cabe en el porta revistas del asiento.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-28828153061908731082015-10-23T09:52:00.003+02:002015-10-23T09:52:50.361+02:00Al otro lado de las vías hay una hilera de cinco tilos que esperan al tren. Desde que construyeron la nueva estación se quedaron fuera de toda posibilidad de viaje, a pesar de que el andén viejo siga allí, habitado por la maleza y algunos bocetos de arte urbano que no llegaron a más. Cuando hay viento mueven las copas a la vez y las hojas actúan como gimnastas chinas aplicadas en el arte de sacarle partido estético al sol. Llevo nueve años disfrutando su lenguaje. Les he visto vestidos y desnudos. Me atrevería a decir que he aprendido algo sobre la humildad mirándoles. La contadísima nieve nunca les ha puesto en disposición de presumir. Tampoco posan para catálogos de moda de otoño: sus hojas no tiñen a tonos comerciales como sus vecinos. Un día despiertan sin nada y ya está. Sé que tarde o temprano llegará alguien al barrio. Se acercará a la taquilla de la estación y dirá: cinco billetes de tilo para el primer tren que pase por aquí. Me pondré triste viéndoles alejarse con las cabezas asomadas a las ventanillas. Para consolarme pensaré que otros se merecen las mismas lecciones que me dieron a mí.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-36653120822573268552015-10-23T09:52:00.001+02:002015-10-23T09:52:09.174+02:00La chica trabajaba en una cadena de televisión que él nunca veía. Cuando le hablaba de su trabajo procuraba cambiar de tema sin que se diera cuenta, por miedo a que la verdad les distanciara. No recuerdo a qué se dedicaba él en esa época. Lo único que sé es que vivía en un piso alquilado que le venía muy grande. Del dormitorio a la cocina tenía que recorrer una ele mayúscula. Cuando lo compartía con su novia era la misma letra pero minúscula.<br />
La chica de la tele tenía turno de noche. Muchas tardes de verano se quedaban tumbados en la cama, desnudos pero sin abrazarse, esperando a que el cedé acabase. A ella le gustaba hacerlo con ópera. A él le pareció raro al principio pero se fue acostumbrando hasta llegar a sentir que aquellas voces eran de conocidos que habían perdido los nervios al verse atrapados en un atasco que duraba ya siglos.<br />
Ella se quedaba muy triste después del sexo. Nunca supo si se debía a la ópera o simplemente por estar allí tumbada con alguien que parecía no encontrar nunca las palabras de después, las que hacen que el corazón coja carrerilla como un coche de fricción.<br />
Al anochecer se duchaban juntos. Esponjas por la espalda y toda la ternura que él era capaz de mostrarle. No llegaba a ser una estafa, puesto que ambos parecían siempre dispuestos a repetir.<br />
Peinada, pero con el pelo mojado, le besaba en el recibidor.<br />
-A las doce haré que parpadee la mosca para que sepas que estoy pensando en ti –le decía al separar los labios.<br />
Lo de la mosca era un juego, el logotipo de la cadena que aparece en una esquina de la pantalla. Supongo que ella era una de las encargadas de vigilar que la mosca estuviese siempre allí, muy quieta ante sus ojos grises.<br />
-No me lo perderé –le respondía él.<br />
Al cerrar la puerta respiraba tranquilo. Era como si toda la extrañeza que quedaba en casa se fuese de golpe con ella. Ni un solo día puso la tele después.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-49621905150905413332015-10-23T09:51:00.001+02:002015-10-23T09:51:42.255+02:00Mireia estaba acabando los deberes vestida de ballet. La luz de la mesa la envolvía en un triángulo difuso, como en un cuadro, mientras yo avanzaba por el pasillo para darle un beso. Tenía el pelo recogido. Brillaba. Sé que lo pasa bien en esa clase. La profesora viene a una sala de la urbanización. Dicen que es buena. Se sabe el nombre de todas las niñas. Las mira a los ojos y las sonríe. También dicen que antes daba clases en otro sitio, pero la echaron. Algunas niñas se quejaron de que se teñía el pelo de rojo. Las madres dicen que no, que fue porque había pocas alumnas. Ahora está empezando de nuevo. La vida tiene forma de laberinto.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-9454617355139327542015-10-23T09:50:00.003+02:002015-10-23T09:50:50.292+02:00Estaba fumando y la oí. Una mujer lloraba. Creo que vive en el tercero. Por el patio bajaba cristalino el sonido de su llanto. Parecía que la tuviese delante. O que tuviese dos cajas acústicas en la ventana, dos cajas inglesas de alta fidelidad en las que vivía un pájaro al que nadie podía ver, una especie de símbolo de lo que llevamos dentro. La jaula acústica le protegía de mis manos. Al tenerlo delante podía ir a por un destornillador para intentar desmontar su escondite. Retiraría la membrana de la pantalla con mucho cuidado. Apartaría los cables dorados para ver su rostro. Eras así. Sería el primer hombre en descubrir el misterio de la tristeza. El pájaro de voz humana lloraba dentro. Mire hacia arriba. Unas nubes sucias cruzaban despacio el cuadrado de cielo del patio. Después comenzó a centrifugar una lavadora y ahogó los sollozos. O quizá fuese un río que sólo pasa de noche y se lleva flotando lo que no podemos asumir.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-28208780263885200962015-10-23T09:50:00.001+02:002015-10-23T09:50:15.587+02:00A veces, en la cena, te quedas mirando el plato con un codo apoyado en la mesa y la mano abierta sujetándote la cabeza. Con el tenedor pasas revista a la comida. Pero sé que no buscas una hebra de cebolla que retirar al borde ni una brizna de patata que se hubiese quemado. No soportas las sorpresas cuando comes. Eso me hace pensar en alimentos que ahora no te puedo ofrecer porque bordearía leyes de la ingeniería transgénica que no contemplan a día de hoy carne de vaca que al contacto con la sartén se vuelva rosa y sin nervios, o lechugas que al masticar sirvan para hacer globos. Si la vida ofreciese las posibilidades de tus series de dibujos animados, no me importaría ser el científico de pelo revuelto que altera el mundo para verte feliz. Y de serlo, a pesar de que contara con un laboratorio gigante camuflado en una isla perdida, seguiría sin saber en qué piensas a veces en las cenas, cuando no dices nada y tu tenedor se convierte en la caña de pescar que usaban en la antigüedad los dioses de la tristeza.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-73355974002673582382015-10-23T09:49:00.003+02:002015-10-23T09:49:38.037+02:00En invierno me gustaba acercar la mano al cristal cuando nos parábamos ante el escaparate de la tienda de los pollitos que había cerca de Olavide. Mi abuelo pensaba que era porque quería uno. ¿Quieres que te compre uno? Y yo le decía que no con la cabeza pero seguía con los dedos abiertos y pegados al cristal. Había cientos. Amarillos y asustados. Un micromundo como el nuestro pero bajo un sol artificial de doscientos vatios de luz densa y anaranjada. Además de sentir el calor, me gustaba mirarlos. Me preguntaba qué tipo de cultura era esa que llenaba un escaparate de pollos recién nacidos bajo una lámpara. ¿Qué sentido tendría? Un día, mi hermana apareció en casa con uno. Lo traía en el cuenco de sus manos. Con los pulgares libres lo acariciaba despacio. Yo me sentí incapaz de tocarlo. Incluso evitaba cruzarme con él cuando corría por el pasillo en busca de la lámpara de calor cuyo rastro había perdido. A la semana se cayó por la terraza. Después de algunas lágrimas y de varios comentarios proféticos de mi padre acerca de la imposibilidad de una convivencia prolongada entre ambas especies, el asunto pasó al olvido. De esa experiencia guardo una idea simbólica seguramente equivocada: la vida y la muerte están separadas por un cristal que en ciertos días de invierno que ya no existen desearíamos tocar.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-3371507035264017542015-10-23T09:49:00.001+02:002015-10-23T09:49:00.651+02:00Mireia me dijo anoche: Nos llevamos cuarenta años y una hora. A pesar de que el cálculo no sea exacto (se comió veintiocho días) me sorprendió su curiosidad por medir el tiempo que nos separa. Luego en la cama estuve un buen rato pensando en esos cuarenta años y una hora en los que me dediqué a hacer otras cosas que no fueron estar con ella. ¿Con qué los llené? ¿Dónde estuve? Me pareció un tiempo disparatado y enorme, igual de intangible que las guerras antiguas en las que acababan luchando varias generaciones distintas. En cambio, creo que estos casi nueve años con ella me han ayudado a acercarme al que quería ser. Ella me ha acostumbrado a la valentía de mirarlo todo con ternura. A veces la observo y siento miedo. Sé que tendrá que pagar con dolor por ser como es. Cuando se queda tan callada, como ida, y los demás le preguntan si está enfadada yo no le digo nada porque es como si me mirase en un espejo. Algún día le diré que la edad te enseña algunos trucos para disimular y romper a tiempo el silencio con una bengala lanzada al cielo con la que los demás sepan que sigues vivo y consciente de la responsabilidad de escuchar sus voces y ordenarlas y actuar con ellas como una telefonista en blanco y negro ante un panel de clavijas que conectar.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-25646907397254840022015-09-21T12:42:00.000+02:002015-09-21T12:42:01.828+02:00Estaba cuatro meses sin llamarme y luego lo hacía a destiempo, perdido en una franja horaria que debía calcular con los dedos al colgar, sumando o restando horas al número que aparecía en la pantalla del despertador. Estuvo en la selva de Borneo viviendo con una tribu que trepaba por árboles gigantes, luego en otra isla que no recuerdo, en Patagonia, al sur de California, Santo Domingo, Miami durante algún tiempo más extendido en el que todos creímos que se asentaría, pero no, sólo fue un punto y coma retardado por un enamoramiento que acabó pasando. Al colgar sentía envidia, tristeza y rabia a partes iguales. En el mundo ordinario era martes, amanecía con esa parsimonia desquiciante de los peores días de invierno y lo que se veía por la ventana era la fachada de un edificio público al que los árboles le llegaban a la altura de los tobillos. Mi única defensa eran las palabras de Cavafis, que al recordarlas me ofrecían una posición superior respecto a él, como si tenerlas enmarcadas y colgadas a la vista me inmunizase contra los placeres de la aventura ajena. Lo que quemas en un sitio lo quemas en todos, decía. Mi amigo había decidido desoír al poeta lanzándose histéricamente a buscarse en cada palmo de tierra nueva que estuviese a su alcance. Yo, con su misma edad, elegí consumir el extracto de otros que lo habían hecho y luego se habían puesto delante de un papel a exprimir los frutos recogidos: ambas manos apretando lo que fuera y las gotas luminosas cayendo muy despacio. Eso me convertía en espectador a la sombra de alguien que había ido y vuelto para traer tesoros. Cualquiera de las dos posturas resultaba arrogante, en activa o en pasiva, lo sé ahora, o lo supongo al mirar atrás y reconocer que toda estrategia juvenil para comprender el mundo lo acaba siendo. Me pregunto si habría otras o si fuimos cortos de vista a la hora de extender la mano. Él, subido a un árbol que arañaba la tripa de las nubes. Yo, descubriendo mi respiración frente a las hojas de un libro.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-68411282496203213812015-09-21T12:41:00.002+02:002015-09-21T12:41:27.972+02:00Podía ir a recoger a mi hija, por lo que nadie sospecharía de mi presencia allí, un viajero sentimental recorriendo de nuevo el camino de las falsas acacias, los árboles del pan y quesillo, como los llamaban antes los niños, porque se comían las flores blancas que sabían raro, entre dulzón y ácido. Nunca supe la razón de ese nombre que ni pan ni queso dejaban en la boca. Masticábamos flores, aunque no estaba bien visto hacerlo porque decían que eran tóxicas y si alguna monja te pillaba te las hacía escupir delante de ella. Muy bien, ya está, no lo vuelvas a hacer. Su mano se deslizaba por tu pelo hasta la nuca siguiendo la ruta de la condescendencia que tantas exploradoras con toca han hecho. Luego te limpiabas los labios con la manga del babi y esperabas a estar solo para volver a coger una. Se lo podía haber dicho al hombre asiático que sostenía la mochila de su hijo y le acompañaba con la cabeza baja, sonriendo, escuchando en su idioma el relato de la jornada: yo comí flores blancas en este colegio hace más de cuarenta años. Seguí andando. Lo único nuevo eran dos canchas de baloncesto y una pista de tenis recién estrenada, el albero intacto. Lo demás igual, los arcos góticos, las contraventanas de madera con tantas capas de pintura encima como cualquiera de nosotros, las casas de Eduardo Dato y el palacete de la esquina que mezclaba tantos estilos que parecía tan disgustado como el día que nació. Al llegar a la entrada me paré a escuchar las voces que salían de dentro, de los niños que corrían por los pasillos porque ya era viernes y todo quedaba atrás. Una parte de mí quería entrar y verlo. Con los ojos cerrados hubiese sabido llegar a mi clase. Pero a la otra parte le apetecía fumar y no involucrarse. Gracias a ella pasé de puntillas sobre las maderas podridas de la equivocación. Saliendo volví a pasar por la sombra de las falsas acacias, una nube baja de somnolencia que me invitaba a tumbarme en el suelo y a negarlo todo.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-73308870667632520822015-09-21T12:40:00.003+02:002015-09-21T12:40:38.382+02:00Huir de la nostalgia como de un perro rabioso. Lo digo casi en alto, para que me llegue, y sin embargo sigo sin saber comportarme cuando estoy delante de algo que me la trae. Dinamitar mi primer colegio y su patio y a la monja muerta que me enseñó a escribir y los pasos que años más tarde me trajeron de vuelta como a una peonza hipnotizada por la fuerza que le hace girar. Inconsciente. Débil. Alterado mecanismo de entretenimiento que no discierne entre lo que hay y lo que se fue.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-59377535393054310722015-09-21T12:40:00.001+02:002015-09-21T12:40:13.805+02:00El camino de vuelta a casa no existe, su ausencia viene propiciada por la falta de estímulos que le acerquen a tus ojos, normalmente se borra, las piernas se convierten en dos gomas sobre un papel garabateado a lápiz, los pasos desaparecen por culpa de una inercia que te impide caer en la forma mullida de una nube o en la amabilidad de la mirada que una mujer le regala a su hijo en un triciclo, esa amabilidad deja de ser un simple contenedor semántico y te mete de cabeza en su sentido, te recuerda con exactitud lo que dicen los diccionarios, la cualidad de lo que es digno de ser amado, piensas en su significado, de ser amado, y en ese momento se despliega el camino de vuelta a casa que antes se te negaba, como en los cuentos tridimensionales comienzan a surgir de la nada hileras de árboles y una fila de casas que superan a las de verdad bailando en pase privado para hacerse perdurables, como si la vida de pronto fuese una moneda antigua que nadie ha tocado jamás.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-20866966016802893702015-09-15T13:58:00.001+02:002015-09-15T13:58:03.399+02:00Con buen tino, la monja sevillana le hincó los pulgares en la carne para hacerle un hueco al gusano de las palabras. El bicho entró cantando. Un cuerpo de fiesta dentro del niño asustado. Por las tardes les leía cartas del obispo que sólo escuchaba él con los ojos en otro sitio, cambiando el discurso prelado por el que le dictaba el gusano. En los pasillos había tiestos. Comitivas de geranios. Pero lo mejor era el olor a sopa de ave que venía de arriba, más allá del artesonado y los mapas de humedades que pintaba la lluvia. Sor Margarita celebraba corros de niños con petos. Cada uno una letra. Él quería consonantes. La efe del libro de Air France que hojeaba en casa. La ce del rótulo vertical de la clínica. El gusano fue hurgando. Cada centímetro colonizaba un país y luego lo condenaba a una tristeza de mucho sol. El bicho se pasó su edad cantando. Le decía cosas. La monja sevillana acariciaba el pelo brillante del niño en los recreos. Te gustan las palabras, le decía. Los otros, mientras, hablaban a patadas en el columpio oxidado de la bola del mundo. Cuando respondía bien, Margarita le daba una naranja que sacaba de la nevera tripuda, a la izquierda de su mesa, junto a la bandera dormida de España.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-12128987113485400642015-09-15T13:32:00.001+02:002015-09-15T13:32:09.474+02:00Por las noches hacía tortilla. Se sentaba en un taburete y pelaba dos patatas con un cuchillo corto de mango nacarado. En silencio y en calzoncillos si era verano. En silencio y con el albornoz anudado cuando no. Por el patio subía el olor de otras cenas, los gritos, las broncas, las amenazas y luego sus réplicas, con una extraña acústica que iba empequeñeciéndose y con ella a su dueña, generalmente, que después sollozaba hasta hartarse. Todo lo que la naturaleza negaba a la comprensión aparecía con la caída del sol. <br />
Cuando la tortilla estaba cuajada la ponía en un plato y se iba al salón. Encendía la tele y veía lo que fuera. Luego se duchaba, se peinaba, se echaba demasiada colonia y elegía despacio la ropa de salir. Tenía un coche muy feo, el tanque de un payaso al que sólo le llamaban ya para funciones de pueblo. Con él trabajaba y con él recorría la ciudad de noche en busca de amor. Su local favorito era uno en la zona norte, El caballo de cristal, una cueva con espejos y velas en la que el sudor se mezclaba tan bien con el olor a desinfectante que a veces parecía que los dos bailasen juntos en la pista vacía cuando nadie les miraba. Acercaba el taburete a la barra como si la fuese a conducir y buscase el pedal que ponía en marcha todo. Con un cigarro entre los dedos trazaba un mapa de puntos luminosos, puntos con faldas de terciopelo o con vestidos cortos de lana. Daba igual. Un hombre solo fumando tabaco negro en 1974, ¿quién querría escuchar su historia? Cuando volvía iba directo a la cocina, abría la nevera y se comía las sobras de la tortilla, de pie, sin atreverse a saludar a la oscuridad del patio que a esas horas jugaba a ser la garganta de un loco.<br />
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(Fragmento de La ciudad de los chistes malos. Luis Acebes)<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-46155154395672791252015-09-15T13:30:00.002+02:002015-09-15T13:30:47.686+02:00Me pidieron una foto de cuerpo entero. Una en la que estés andando, dijeron. Tardé un rato en relacionar el juego visual con el nombre de la editorial. En fin, hacía calor y Nuria me la hizo en la piscina. Seguro que mi madre no acabará de ver bien eso de salir en chanclas y bañador en la portada de un libro. Bueno, pues aquí está el diseño, y pronto en cuerpo y alma. El tercero ya de poesía, aunque lo miro como si fuera de un extraño. Y mucho más al repasar los poemas. Buscando erratas me acabo buscando en las palabras. ¿Lo he escrito yo? ¿Para qué? Quizá el hecho de aparecer en la portada sea una excusa, otro juego visual que me condena a reconocerlo.<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-6W2FCKkLS_w/VfgBW8fJtJI/AAAAAAAABLs/arPUy6DnilY/s1600/887402_10206722899486269_848779430222249186_o.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-6W2FCKkLS_w/VfgBW8fJtJI/AAAAAAAABLs/arPUy6DnilY/s400/887402_10206722899486269_848779430222249186_o.jpg" /></a></div><div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-7726832175278652772015-09-15T13:29:00.001+02:002015-09-15T13:29:38.722+02:00La última vez fue después de leer del tirón cincuenta páginas impecables de El museo de la inocencia. Cerré el libro y me dije, casi tocando a la vez con los dedos las palabras que se iban formando en mi cabeza: cuando sea mayor escribiré como Pamuk. No caí en el sentimentalismo barato de pronunciar mi objetivo entre dientes ni, afortunadamente, apretando el libro contra mí mientras dejaba caer los párpados conteniendo la respiración. No llegó a ser tan bochornoso, pero sí la intención y la expresión mental y su deseo, los mismos en los que históricamente he caído al experimentar mi admiración por algo o alguien en cuya altura había colocado mi listón. No hace tanto de lo de Pamuk, dos años quizá, lo que significa que ya tenía una edad que a todas luces se puede considerar adulta a pesar de que la indolencia y el infantilismo social consideren que debemos comportarnos como si tuviésemos diez o quince años menos de nuestra edad biológica. Mis cuando sea mayor ya empiezan a estar de más puesto que lo soy hace tiempo. Quizá haya decidido escribirlo para acabar con esta manía. Ya lo soy. Ya lo eres. Lo terrible es enfrentarse a esa verdad y descubrir que a día de hoy el listón no está al alcance de mi mano, y que el placer de la postergación me protege de mí mismo tanto como el placer de imaginar el hipotético día en que llegue a su altura o a la de cualquiera de los que me han hecho olvidarme de mí a base de inventarme a otro.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7523927472750681413.post-72221432628898108172015-09-15T13:28:00.003+02:002015-09-15T13:28:48.242+02:00Me bajé en Alonso Martínez porque de vez en cuando necesito pasear por esa parte de Madrid que parece París en miniatura. Faltaban cuarenta minutos para la reunión y sesenta páginas para acabar el libro de Schlink, así que me senté en el primer banco que vi a la sombra. Las copas de los árboles se columpiaban despacio. Se paró un Mercedes oscuro y puso los intermitentes. Una criada de uniforme esperaba en el portal. Se bajó una mujer y le hizo una seña con el dedo apuntando al maletero. No hubo más. La mujer desapareció dentro. Diez segundos después le siguió la criada filipina con dos maletas. Cuando volví la vista al libro descubrí que me había sentado frente a una editorial. La puerta del balcón estaba abierta. Al fondo se distinguían siluetas de mujeres que pasaban. Una esperaba frente a la fotocopiadora. También vi un hombro furtivo de piel muy blanca atravesado por una hombrera. Me pregunté que harían. Me dio rabia no estar allí, leyendo un manuscrito o redactando una contraportada. O simplemente opinando sobre la insoportable vanidad de todos los autores y riéndome de los motes que le pondrían a cada uno. Envidié el trabajo de panadería que hay detrás de cualquier producto cultural. Allí sentadas. Me hubiese gustado hablar con ellas por el balcón, aún a riesgo de parecer uno de esos cuadros andaluces en los que un hombre ronda a una mujer con abanico. Pero lo mío no era romántico. Como mucho un intento de seducción intelectual, un pavoneo ridículo en el que mostrar encanto y acabar diciendo que eres poeta, uno menor, que tienes obra, pero desconocida, aunque muchas esperanzas, grandes esperanzas. Y todo a través de la hoja abierta de un balcón, pero como en una película francesa que no se ha estrenado todavía.<br />
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Una semana después acabé sentado en el mismo banco por culpa de otra reunión a la misma hora. Volvía a tener cuarenta minutos para mi pequeño París. El balcón de la editorial estaba cerrado. Encendí un cigarro e intenté imaginar que se abría y que una de las mujeres se asomaba y me decía: Eres el que escribió eso en Facebook. Lo leímos el otro día. Nos hizo gracia. Pasa y tómate un café con nosotras. Pero las hojas del balcón no se movieron. Tampoco estaba la criada filipina de la otra vez. Llegó un hombre mayor y se sentó al otro extremo del banco. Hice fuerzas para que me dijera algo. Quería que me explicara por qué el tiempo se comporta así y nos trae y nos lleva y nos deja y nos sube a norias y luego se olvida de pararlas o lo hace a desgana con la punta de un dedo y luego confunde nuestro nombre con el de otros que se subieron antes y se comporta como si sus historias nos tuviesen que pertenecer. El anciano atusaba a su perro color chocolate. El animal parecía mirar también hacia el balcón. Quizá esperaba algo. Que levante la mano el que no espera nada, tendría que haber dicho con su voz de perro. Antes de caer en la trampa de un segundo cigarro me levanté y caminé hacia Rubén Darío pensando que ya nunca más volvería a sentarme allí.<div class="blogger-post-footer"><a href="http://www.anunsportugal.com">Anuns</a></div>Unknownnoreply@blogger.com0