13/7/15

Pensaba esta mañana en la mujer que vi llorando en el bar. También pensaba en esas frases que ponen algunas adolescentes en Instagram acompañadas de poses que ensayan la futura femme fatale que quieren ser: Unas veces eres el cuchillo, otras la herida. La simplificación de los eslóganes llega a ser festiva a cierta edad, sobre todo en la que el cuchillo aún es de goma y de la herida sólo brota salsa de tomate. La idea del amor como lucha no es nueva, aunque sí que se ha visto espoleada por la competitividad que parece haberse instalado en todos los órdenes de la vida. Nada menos romántico que el espectáculo del dolor. Lástima que el amor se haya convertido en una disputa armada en la que hay que elegir si eres Montesco o Capuleto. No era ése el espíritu shakespiriano, creo yo, más que nada porque en la confrontación moderna se trata de ver quién acumula más victorias, quedando los sentimientos como marca de fábrica de un arsenal bélico con el que tumbar al oponente. No me extrañaría que el hombre que la consolaba maquinalmente ayer esté hoy eligiendo nueva presa entre las compañeras de trabajo. La madurez, para algunos, es algo que sólo hay que pedirle a ciertas frutas.

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