22/6/15

No es que se esconda detrás de su ipad ni que no valore las manifestaciones atléticas del verano que tienen lugar en la piscina y sus alrededores y hasta más allá del cielo, que de tan puro hiere y te pone en evidencia como un observador pasivo que sobrevive gracias a la generosidad de la naturaleza. Creo que más allá de su adolescencia digital, repartida a partes iguales entre Whatsapp, Instagram y sus libros electrónicos de fantasía, se esconde y sucede lo mismo que en cualquier otra, aunque yo sólo pueda compararla con la mía, que sin ser digital sí que mostraba la misma exclusión del mundo exterior y el ensimismamiento del que observa el solar de una casa a medio hacer. Quizá Alba vea otra cosa. Quizá no un edificio, por ser mujer y tener a mano alegorías más sustanciosas. Lo único cierto es que la anterior inquilina de ese cuerpo se ha ido y ha venido otra. En el relevo, la antigua le entregó los dibujos realizados hasta la fecha y las fotos más representativas. También le diría al oído lo que pensaba de mí y lo que hablaba conmigo y cuando sentía mis manos impulsándola en el columpio, una información que habrá que leer con manos temblorosas de periódico que anuncia el final de una guerra y en la página siguiente el comienzo de otra. La recién llegada tomó los tesoros y escuchó con educación sus secretos. Una se va, llega otra. Quizá la adolescencia se base en un hecho logístico sin importancia. Un transbordo. Pasajeros en tránsito que cambian de terminal, atolondrados, perdidos, arrastrando una maleta que no saben si les servirá después. Qué haré yo a partir de ahora. Qué hizo Julio César después de conquistar las Galias. Hice lo que Roma me pidió. Legiones de muñecas, biberones y cuentos de hadas: volvemos a casa.

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