27/5/15

Ella es búlgara. Él, argentino. Compartimos dos latas de cerveza en cuatro copas mientras Mireia acababa de saltar en la cama elástica de su jardín. Los perros entraban y salían. Se rozaban los lomos con nuestras piernas mientras hablábamos de a quién votaríamos el domingo. Ella empezó a contarnos cosas de su país, de cuando era pequeña. El comunismo. Los ricos y los pobres. El mismo idioma allá donde vayas. Yo dije que no sabia a quién votar, que me parecían todos la misma cosa, como cuando estás en el supermercado y tienes que agarrar un bote de tomate entre cientos iguales. Nuestra hija se acabó de abrochar las sandalias y se despidió de su amiga. Se empezaba a levantar viento. Las ramas de los árboles se cimbreaban como si la parcela fuese un barco. Quizá lo sea toda esta tierra, una gran embarcación inestable a la que se le olvidó a dónde va.

No hay comentarios :