27/5/15

He desayunado y he vuelto a la cama. Tumbado boca arriba parecía la estatua fúnebre de algún rey: las manos sobre el pecho por encima de las sábanas y la colcha, protegiendo el calor del café. Al ver la luz de fuera he pensado que el nuevo día era hijo mío, que venía de haber trasnochado y se colaba por la ventana para no delatarse con el ruido de la puerta. O quizá esta luz rabiosa sea la suma de todos nuestros hijos y de cuando nosotros lo fuimos de otros y esos otros también de unos que ya casi ni cuentan porque quedaron muy atrás. Pensando en la composición genealógica del amanecer se me ha ido el sueño. Ahora siento que ahí fuera hay una fiesta, mientras aquí dentro sólo hay un rey de Castilla, medio muerto y ya en piedra, que acaba de desayunar.

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