1/4/15

Mireia imita cómo bailo. Cierra los ojos y empieza a moverse a cámara lenta recreando los movimientos de brazos que se hacían en los ochenta: manos en turbina, y después brazos que salen disparados en diagonal como nos enseñaron Travolta y los chicos que entre semana arreglaban coches o construían casas y tenían novias con el pelo muy rizado, chicas de familias italianas, chicas vulgares que mascaban chicle y se maquillaban demasiado; pero llegaba el sábado y se convertían en dioses de una pista de baile en la que al final acabamos todos como idiotas haciendo lo mismo que ellos aunque no construyésemos casas ni arreglásemos coches ni las chicas que nos gustaban fueran tan vulgares ni con el pelo tan rizado. No es noticia que el tiempo se lo trague todo y después nos devuelva un ridículo excremento que los que vienen después miran con una mezcla de risa y asco. Cuando la veo bailar pienso que soy afortunado por asistir a mi propia parodia, y conmigo a la de una época que al contacto con la mirada de una niña de ocho años explota y se convierte en ceniza. Mientras Mireia baila, el tiempo se para también a mirarla y yo le toco en el hombro para que se vuelva y me dé una explicación de por qué todo es así y nunca de otra manera más civilizada: por ejemplo, que nos invitara a un acto oficial y con sutileza nos avanzara los cambios y que después hubiera otro baile, uno imposible de parodiar a cámara lenta por nadie.

No hay comentarios :