14/4/15

Hay una mujer negra que se sienta a pedir cada día a la puerta del Supercor de Aravaca. Le dice buenos días a todo el mundo. El tono me recuerda a esos locutores de los aeropuertos. No parece desesperada. Creo que mientras dice buenos días no piensa en lo que está haciendo. Quizá le gustaría decir: “Cambio un saludo por una moneda. Me sobran saludos, los regalo. Lo que no tengo es dinero, y había pensado que podíamos hacer un trato”, pero luego se echa para atrás pensando que a nadie le gustan los cambios. El otro día, cuando salía de comprar el pan, la escuché hablando con una mujer. Le decía: “Estoy aquí de lunes a viernes, de nueve a dos”. Me hizo pensar que todo lo relacionado con las personas se ha estandarizado hasta tal punto que las injusticias nos parecen más tolerables mientras encajen formalmente dentro del barroco laberinto de nuestra normalidad. Pedir de nueve a dos es más aceptable que dar gritos a la puerta de una tienda o llorar desconsoladamente o rogar ayuda para comer. Lo sistematizado nos parece soportable y hace que no nos cuestionemos los problemas y las desigualdades que crea esta curiosa forma de vivir que hemos aceptado como buena.

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