9/4/15

Desconozco si las ratas se juntan al final del día para contarse cosas o si en su intimidad disponen de mecanismos para manifestar su conciencia: “Me crucé contigo, tuve ganas de ayudarte, pero recordé que no te gusta que lo haga”, o asuntos por el estilo que se digan unas a otras en señal de hermandad, un lenguaje más allá de sonidos o guiños de ojos o lo que utilicen habitualmente para sobrevivir. Quizá seamos los únicos animales que se juntan para contarse sucesos reales o inventados, o en solitario se los dicen en voz alta: “me crucé contigo, tuve ganas de ayudarte, pero no lo hice porque no te tengo en tanto aprecio, pero no quiero que lo sepas porque negaría la posibilidad de que me ames y necesito que lo hagas aunque yo no te corresponda.” Los únicos que han sofisticado su concepto de evolución más allá de lo que nadie se atrevió a imaginar. Y también pagamos las consecuencias. Las ratas no viven angustiadas por el tiempo ni miran a ningún marcador en el que entrever su fin. Comen, se reproducen, siguen su instinto, se cruzan con otras, rozan sus lomos en un desfile rutinario, carecen de símbolos, no van juntas cantando a ninguna guerra ni tampoco juntas lloran cuando alguna se va o aparece hinchada y flotando en la corriente. La ausencia de metafísica les ayuda a vivir en paz, en el centro de la diana, su aquí y su ahora, un lugar exacto y nítido y tan falto de vanidad que no caen en la cuenta de que una tenga una mancha en la cara u otra el pelo más corto o más negro o más gris o qué lugar de la genealogía les corresponde y bajo qué orla. En cambio nosotros estamos y no estamos. Nos cargamos de valores que luego no practicamos. Nos engañamos y engañamos a otros. Nos desdecimos. Nos afectan asuntos como el color de nuestro pelo o el timbre de voz utilizado al decir nuestro nombre. Esperamos que la vida sea un palíndromo perfecto o una piedra tallada que se pueda coger entre los dedos y decir: “Así es y así será siempre.” Después, acabado el día, abrimos el cofre de la conciencia y nos contamos cómo ha sido la jornada, y las anteriores, vistas desde ésta: la cantidad de lomos rozados, las miradas perdidas, los que vimos alejarse con la corriente y que ya no volverán, la distancia de lo que pensábamos a lo que hicimos. Y hasta caemos en la trampa de soñar los días que vendrán y cómo serán y lo que contaremos de ellos cuando estemos solos.

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