30/3/15

Mireia tiene la costumbre de guardar los lápices gastados cuando ya parecen casi miniaturas cómicas o colillas de algo que se consumió pero que a ella le da pena tirar. Muchos los descubrimos antes de poner la lavadora, al revisar los bolsillos de sus vaqueros. Me produce mucha ternura encontrármelos. Los poso en la palma de la mano como si se tratase de alguna clase de animal desamparado que te obligara instintivamente a cerrarla para protegerlo. Nunca los veo como despojos de lo que fueron. Antes los tirábamos a la basura. Ahora sería como enterrar a alguien en un ataúd lleno de mondas de patata y pieles de plátano.

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