23/3/15

El otro día le llamé y no respondió. A las dos horas me mandó un mensaje que decía: “Hablamos luego, estoy sobrevolando El Teide”. Me gustó leerlo, y al instante le imaginé en un helicóptero de dibujos animados dando vueltas sobre el volcán. Era de noche y las estrellas tenían la forma que tienen las estrellas en los dibujos animados, incluso palpitaban y se encendían como si respirasen o de alguna forma se prestasen a la idealización de una amistad verdadera en la distancia. Tener cuarenta y ocho años no es un inconveniente para estas cosas ni me avergüenza instalar a mis mejores amigos en una irrealidad tan dulce y necesaria como esa. Con otros no pasa. Lástima. Con el resto sólo ves un avión comercial con la cabina llena de gente medio dormida cruzando un océano; y esa persona entre ellos, quizá buscando en el cielo cuadrado de su ventanilla una de esas estrellas que parecen respirar.

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