14/3/15

Buscan las canciones de The next step en YouTube y bailan por turnos. La que baila se acompaña de una cinta de gimnasia rítmica. La tela roja hace círculos y espirales tocando el techo y la alfombra. Al hacerlo crea una burbuja en el aire, una vaina invisible que las protege y a la vez me permite comprender algunas cosas. Las mujeres. De no haber tenido hijas sabría muy poco de ellas. Estando a su lado me siento como el jardinero de una mansión inglesa que mientras poda los arbustos escucha la música de piano que viene del salón y comprende que la vida se compone de tijeras y compases, de cortes en las manos y silencios que salen de un mueble de madera con cuerdas tensadas. Nunca entenderá porqué funciona así ni qué ley estableció ese binomio que parece luchar entre sí por una corona que no existe. La felicidad, entendida fuera del circuito comercial, consiste en imaginar todo eso muy despacio: la luz en el ala este de la mansión, YouTube, una mañana de sábado en el Condado de Yorkshire, dos miniaturas de mujeres, una cinta roja y mis pisadas en un jardín muy grande.

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