12/1/15

Queda bien la lámpara que compramos para la mesilla de Alba. Sentado anoche en el puf de su cuarto pensaba que a la felicidad se le olvidan de vez en cuando las vueltas. Luego llegamos nosotros y nos quedamos con esa calderilla y no paramos hasta hacerla pasar por un tesoro. Sólo es una lámpara de Ikea de once con noventa y nueve, pero la luz que da multiplica su valor por un número muy abultado. Se podría decir que todo este jaleo de ser alguien, esta costumbre de ir con la lengua fuera casi siempre es para tener esos momentos, como si inconscientemente recolectásemos pruebas para antes de morir, informes prepóstumos que avalasen el sentido de haber estado aquí: no lo hice tan mal, compré algo de luz para alguien. Creo que es eso. Vivimos de inversiones residuales. Somos moscas en una Wall Street inventada, con sus sueños de islas lejanas que a ojos de los demás sólo son pegotes de mermelada en la mesa de una cocina.

No hay comentarios :