7/1/15

Por la tarde y escuchando la música que sale de la Nintendo de Mireia y viendo sus piernas suspendidas en el aire o apoyadas en el asiento del sofá, moviéndose o estirando las puntas de los pies en respuesta a algo que pasa en la pantalla. Cuando lo pasamos bien parece que el cuerpo entero participe a su manera de la emoción o del interés de lo que nos ocupa. La observo a ratos, al abandonar las palabras con las que Julian Barnes intentó explicarse la muerte de su mujer y, sobre todo, explicarse al que nació de aquella ausencia, uno distinto que estuvo mucho tiempo (supongo) sin que sus piernas mostraran mayor atención al mundo: el dolor sólo sabe hacer estatuas. Es una sensación extraña leer eso y ver de reojo a mi hija pequeña absorta en una ficción alegre, tanto como presupongo por la música que sale de la máquina que sostiene en sus manos desde hace más de una hora. También influirá que estoy sentado junto a las luces intermitentes del árbol: el juego consiste en que cuando se encienden hablan de ella, cuando se apagan retumban en algún lugar dentro de mí las palabras de otro que tuvo el valor de defenderse de la muerte escribiendo.

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