28/1/15

El que escribe aquí se queda callado cuando no escribe. Su actividad se reduce a verme manejar cubiertos y atender a lo que hablo con mis hijas y a nuestros juegos que parecen no acabar nunca o yo lo quiero creer así por miedo al día que no haya más y ya no sepa qué hacer con los domingos. Al que escribe aquí le van a publicar un libro. Se lo dijeron hace unas semanas y desde entonces ha abierto con la mente varias botellas de champán que luego no se bebe porque le parece poco realista despilfarrar los anticipos que le manda la alegría en esos sobres rojos tan brillantes. Yo le digo que la vida es eso. Le indico la diferencia entre gasto y malgasto. Le pongo ejemplos alegóricos para que lo entienda, pero sé que al momento mirará para otro lado y seguirá sin saber. Aunque también él me enseña. Me educa en la contención, en (según dice) la virtud estoica de la elegancia, pero al momento soy yo el que mira hacia otro lado y no comprende sus frases ñoñas. Creo que la vida es un combate estúpido en el que los dos púgiles son uno mismo que siempre sale perdiendo. Luego está el público. Les ves allí sentados esperando algo que supuestamente nacerá de la lucha. Han venido a ver sangre, te dice el contrario, no podemos decepcionarles. Lo próximo es el puño en tu cara y luego una luz que da vueltas y el ruido de tu cuerpo cayendo. El libro va de esto, es lo único que recuerdo, me dice mientras se saca el protector dental y lo tira al aire y el juez le levanta el brazo. Esta vez ganas tú, pero no te acostumbres.

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