17/12/14

No hay muchas canciones que hablen del pan de ayer, y sin embargo es una de las metáforas más sencillas para comprender el paso del tiempo. Cuando era pequeño me gustaba comer el pan que había sobrado del día anterior. Al contacto de los dientes parecía mineralizado y con gusto a esponja seca. Masticándolo despacio, cuando la estructura de harina y agua se iba domesticando en la boca hasta convertirse en algo digerible, volvía a ser presente. Es el mismo proceso que utiliza el tiempo. Lo que se fue solidifica en formas incomestibles, pero cuando la memoria lo rescata se produce una marea líquida que nos lo acerca. Habría que determinar en qué medida cambió respecto a la primera vez o si en el viaje de vuelta vino acompañado de enzimas de experiencia o aditivos desconocidos, producto de una fermentación invisible de la que nadie nos avisó. Sería muy tramposo asegurar que mi afición al pasado viene de la ingestión esporádica y solitaria de pan duro ciertas mañanas de hace muchos años, pero no descarto que tengan relación o que mi cabeza las haya emparejado porque tenía ganas de leer esto.

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