9/12/14

Mireia está escribiendo todos sus nombres bajo la lámpara roja del salón. Cuando agacha la cabeza sobre el papel la luz eléctrica resbala por las laderas de su pelo como las huestes de algún rey del Antiguo Testamento que cabalgasen en busca de justicia. No sé si Dios anda por aquí esta tarde. Quizá su estrategia se parezca a la de Campanilla. ¿Por qué no un Dios Disney asexuado con el que fantasear en invierno? Pero no quiero alejarme. Decía que Mireia escribe los nombres que invento para ella y con los que la nombro y que cambio a diario porque me niego a agotarla en uno solo. ¿Qué amor sería ese que se resume en una única llamada de seis letras ordenadas de antemano para que alguien gire la cabeza cuando las pronunciamos? Me alegra que lo haga porque significa que piensa lo mismo que yo. Ojalá llegue el día en que sea yo el que se siente a escribir los nombres que me ponga ella, y que sea pronto porque papá me suena a grandes almacenes y Luis lo tengo tan visto que lo tiraría por la ventana. Dios de alas luminosas, Dios con alas de purpurina y capacidad de vuelo rotatorio, complace a mi hija pequeña y vuela con ella cuando acabe su lista. Si nos concedes este pasatiempo puede que te regalemos algún nombre a ti también.

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