9/12/14

Fuimos a celebrar mi cumpleaños a un asiático. Mis hijas llevaban pensando sus regalos toda la semana, aunque anoche fue cuando los acabaron de pintar. La puerta de Alba ponía no pasar. Escuchaba sus voces dentro, deliberando, pidiéndose opinión la una a la otra sobre si poner o no purpurina en el dibujo o si con cuatro estrellas bastaba. ¿Tú lo envolverías? Sus voces a través de la puerta sonaban a otra época, porque imagino que a esa pertenecen y no a la del que escuchaba al otro lado en pijama y se limitaba a envidiarlas por ser capaces de una alegría que a él le quedaría como un abrigo de piel de leopardo. Le dije a Mireia que quería un dibujo de una tarta de diez pisos con un ascensor, y ella y yo arriba con cosas que nos hicieran reír. Desearía que fuese real y que tuviese un ascensor tal y como pude ver en el papel cuando me lo dio. Quizá en lo alto de una tarta así comprendería muchas cosas. Viendo esas maravillas recordé un verso de alguien, creo que de Cernuda: ‘Quiero cantar, y no sé qué’. A veces la vida sobrepasa la envergadura de nuestras palabras, sobre todo cuando nos ofrece emociones tan difíciles de explicar como la de los aviones que despegan y cuyas sombras parecen avergonzarse tanto de su tamaño que acaban desapareciendo en la tierra.

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