29/12/14

Después de comer fuimos a pisar la arena. Barcelona aguardaba detrás con las luces aún apagadas y estirando las calles después de la siesta, como hacen casi todas las ciudades mediterráneas incluso en invierno, a pesar de que los tránsitos de luz sean más cortos y el sol muestre un voltaje menor, una luz indecisa que hace que todo se acelere a su alrededor por contagio. Con este panorama no es raro que cuando tomas una fotografía escuches una voz a tu espalda: date prisa, haz que tu dedo pulse el botón si quieres quedarte con esto. Es una responsabilidad exagerada sentir que tienes una ciudad entera esperando a elegir una imagen que llevarte, una que te nombre o que nombre la posibilidad de un orden palpable de todo lo que no se ve pero existe o actúa contigo. El mundo es una tienda invisible, un puesto de manzanas doradas que no existen pero que compramos con ansia por si al día siguiente al volver ya se hubiesen agotado. Navidad con mar al fondo y una ciudad de la que no me acabé de marchar nunca a la espalda.

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