14/11/14

Una televisión es el reflejo de algo. Cuando sólo había dos canales supongo que sería el reflejo de un país, de la sociedad que se sentaba después de cenar a verla sabiendo que había un cincuenta por ciento de posibilidades de que los vecinos estuviesen viendo lo mismo. Hablo de cuando muchos teníamos siete, diez, doce años, quizá todas esas edades juntas y a la vez ante la pantalla de un televisor que pasó del blanco y negro a un color con mucho grano cuando te acercabas tanto que podías ver los puntos azules, verdes y rojos en el tejido de la imagen. Saber de qué se componía nos ayudó a entenderlo. Se trataba de un género llamado 'ciencia ficción familiar' y que abarcaba desde los hombres con bigote que daban las noticias hasta los shows de viernes noche en que alguien acababa ganando un coche que aparecía sobre una peana giratoria junto a dos azafatas que saludaban. Ahora sería muy tramposo asegurar que aquellos tiempos fueron mejores y que desearíamos volver al calor de esa felicidad artificial fortificada por una monotonía tan dulce que hacía pensar que fuese auténtica. Pues no, yo no volvería. Aunque sólo sea por el respeto al sentido narrativo del tiempo, no lo haría. La poca televisión que veo en la actualidad me hace comprender algunas cosas. Ahora todo es más literal. La competencia trajo la prisa, el ansia de captar al espectador por el cuello y fidelizarle. Para ello se aligeraron los contenidos, se banalizó todo. La oferta se multiplicó a la vez que se dividía, dando la razón a un principio físico parecido al de los vasos comunicantes: lo malo es que sólo hay un líquido, y cada vez más aguado, triste y adulterado, por más que lo disfracen y lo repartan una y otra vez. Creo que atravesamos el momento exacto para darle otro sentido al consumo televisivo, acercarlo a los que han interpuesto otra pantalla a la de su televisor, una a la que reconocen mayor movilidad, actualidad, libertad e inmediatez. ¿Qué papel le queda a la otra, a la que ahora ha adelgazado tanto que parece empeñada en decirnos que por ella no han pasado los años? Me parece que una buena salida (al menos para las públicas) sería volver a creer que la cultura y el entretenimiento pueden caminar juntos, no sé si de la mano, pero sí compartiendo un mismo espíritu de descubrimiento para muchos de los que se siguen plantando ante ella después de cenar. De lo contrario -el futuro e Internet a partes iguales- las convertirán en platos de un restaurante abandonado.

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