4/11/14

Todas las familias parecen felices a través de una ventana. Aunque sepamos que se trata de una ilusión óptica, propiciada por nuestra ansia de perfección, nos agarramos a ella como cosmogonía de la vida privada. Y apagamos la luz para no ser vistos, disimulados tras un visillo o apartamos el estor o bajamos la persiana para que nuestra presencia no sea advertida mientras esa familia cena en una película muda que nosotros llenamos de las conversaciones que queremos escuchar, palabras que flotan entre los sonidos de los vasos cuando chocan con los bordes de los platos o el de los cubiertos entre sí que, sacados de contexto, podrían representar una lección de esgrima o la defensa de un palacio asediado por un batallón de mosqueteros. Al delimitar el campo visual cualquier juicio se hace más benévolo. También cuenta la distancia que lo separe de nuestro ojo, porque lo que tenemos demasiado cerca siempre quema y estorba y tiene más oportunidades de causar infelicidad.

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