4/11/14

Los realistas americanos nunca cansan. Si miro hacia atrás intentando recordar todo lo que he leído podría ver páginas por las que he pasado de puntillas, que me sorprendieron tanto que me quedé a vivir una temporada, otras que me hicieron pensar o me ayudaron a comprender algo que curiosamente cuando vuelve a amanecer ya no recuerdo o no comprendo y me hace entrar en otra página al día siguiente para perseguir el enigma. Si fuese teólogo pensaría: ‘Lo importante de Dios no es su existencia sino su búsqueda’. Pero no lo soy. Como mucho soy alguien que busca algo que simbolice el compás al que se ha movido su vida, ese medio tiempo que se agradece tanto en los viajes largos y que tan bien manejan los escritores realistas norteamericanos. Hace poco ha llegado Updike a la familia. ¿Por qué no vino antes? ¿Dónde se había metido todos estos años? Ahora leyéndolo aparecen páginas superpuestas, radiografías que el negativo de la tinta me dice que Richard Ford también pasó por ahí: ese estilo tranquilo en el que la esperanza y el colorido son tenues pero nunca desaparecen. Es como si te dijeran: ‘Así se escribe la vida, no fuerces nada, deja que suene, sólo eso. Tu misión es meter la mano en la tierra y contar lo que ve, lo que siente allí abajo. Cuando lleves así mucho tiempo quizá entiendas y estés preparado para contar’. Voy en el tren con él, con su Versión de Roger, y me hace sentir que atravieso Nueva Inglaterra intentando comprender lo que veo cuando veo, es decir, cuando utilizo el entorno de personas, casas, árboles, silencios, miserias, montañas y signos de presencia humana para tratar de comprenderme antes de que amanezca otra vez.

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