20/11/14

Nadie es consciente de su belleza. Nacemos y nos enseñan cuadros, mujeres esculpidas, pirámides. Mira este cielo, el mar, mi pelo, esas cosas. Se nos insinúa un patrón estético como quien aprende la tabla del siete. Adoramos cualquier biblia apócrifa que nos nombre, cuando lo difícil es el viaje hacia adentro: las antesalas, la espera, las luces cambiantes, los emperadores que nos ciegan con espadas de fuego. Y después, en la última puerta, contar los miligramos de verdad que hayamos sido capaces de recoger por el camino. Nadie nos dice: ‘Ve más dentro, no tengas prisa, no te fijes en las tiendas ni en las barras rojas que se deslizan por los labios; de haber algo está más abajo, oculto como un planeta amedrentado por los que le orbitan’. Entonces llega alguien y nos mira, alguien con los suficientes conocimientos de electricidad como para certificar la existencia de una corriente y la súbita tentación de comercializarla para un único usuario.

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