20/11/14

A veces vuelvo a casa atravesando la foto de un periódico antiguo que alguien dejó en la acera o que un brazo también pretérito sostenía en el aire para que al pasar me colara dentro. Caminar por una imagen prescrita tiene el encanto de dejarse llevar a otro sitio que no es el domicilio habitual de uno sino la casa donde vive lo que ya no está. La dimensión que proyecta el papel engaña. Las distancias son más profundas que en el presente y muestran la particularidad de estar flanqueadas por mojones informativos que cuentan historias que para los que nunca han caminado por aquí no tendrían sentido. Hablad, les digo, y me reclino como el que atiende a un niño que ha tropezado y llora. Es ridículo y juraré no haberlo dicho fuera de aquí, pero soy su oyente. Hay noches que pienso: jamás llegaré a casa, jamás recuperaré los pasos de antes y con ellos se perderá también el que fui. Encadenando fotografías como el que encadena puertas se podría llegar al principio de todo, al cero de las palabras, el trozo de tierra mojada desde el que toman impulso para contar.

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