1/11/14

A medida que el sol se ponía han empezado a llegar a casa amigos de Mireia disfrazados. En el salón hay telarañas y calabazas de papel con velas dentro. Su luz inspira ternura, más que miedo. Desde mi dormitorio oigo sus risas. Imitan aullidos de lobos y risas huecas de malos de película. Da igual lo que yo opine de Halloween y de que si es una fiesta importada. Es real. A pocos metros de mí es celebrada por encima de cualquier consideración ajena. Así debe ser. Nuestras opiniones del mundo no consiguen cambiarlo y son tan ridículas como el discurso que pudiera escribir un grano de arena en contra del océano. Me gusta oír sus carreras por el pasillo esperando que sea de noche y llegue el momento de ir a otras casas a pedir caramelos. Puede que sea una buena ocasión para leer el Don Juan de Peter Handke que dejé una vez a medias. Por la ventana veo a otros niños correr disfrazados. Hay brujas que no alcanzan el metro de estatura y que van de la mano de sus madres. Si me concedieran el deseo de una noche con forma humana le pediría que hoy se dejase caer muy despacio desde el cielo con las manos abiertas y los ojos cerrados para que no pudiese juzgar nada.

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