25/10/14

La casualidad disfrazada de viaje -esa forma que tiene Internet de comunicarse con nosotros cuando estamos solos- hizo que acabara un día en una página que reunía fotos antiguas de Aravaca, imágenes que iban desde los años veinte del siglo pasado hasta los ochenta. No hice caso de la advertencia de Cioran que dejó bien claro que la melancolía redime a este universo y a la vez es ella la que nos separa de él. Los poetas pierden mucha autoridad fuera del poema. Pero la página ya no existe. Al entrar en historiasdearavaca.com aparece una ventana en la que se informa de que el dominio está en venta. Imagino que nadie habrá caído en la cuenta de que es la memoria de miles de personas lo que ha desaparecido. Me siento como el que tiene hambre y entra en un supermercado con un fajo de billetes pero descubre que está vacío. ¿Y mi pan? Sólo me queda hacer el esfuerzo de recordar algunas de las fotografías que vi aquella vez y que me ayudaron a imaginar cómo era la vida en este mismo lugar en el que ahora yo vivo. Resulta desconcertante y emocionante a partes iguales comprobar que todas las existencias se agarran del mismo hilo. Lo que en ese momento me parecieron espectros fueron personas que vivían a pocos metros de donde vivo yo. La muerte recoloca y redistribuye oportunidades. Es una posibilitadora demográfica. Su sistema de turnos hace posible que todos podamos disfrutar del tobogán: sólo hay que guardar la fila. Pero, ¿dónde van los que ya se han tirado? Quizá acaben en la casa abandonada que hay en el trozo de parque en el que a mis hijas les da miedo meterse cuando van en bicicleta. Cruzas un pequeño puente de madera y allí está la casa. Entremos, les digo siempre. Antes de que termine la frase ya se han dado la vuelta y pedalean con furia para regresar a su refugio de la normalidad. Quizá sea eso lo que mejor nos enseña a hacer la vida: las medias vueltas hacia lo conocido, las manos anónimas que rompen fotos por la mitad y dicen: ‘ya está, nada de esto te tocaba ver, no corresponde a tu época, olvídalo’. Puede que las mismas que hace poco clausuraran la página web porque los fantasmas sonrientes que vivían allí se habían ganado el derecho a su normalidad, incluso los que estaban a punto de subirse a un autobús para hacer un viaje del que ya nunca sabremos nada. La melancolía es la frontera. Cierto.

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