28/10/14

Hay cuadros que son como novelas, escenas por las que viajar despacio y que te llevan a otras y luego a más y que al final te encierran en un bucle del que ya nunca sales. El arte es un juego. El arte es un niño que se acostumbró a jugar solo. Yo soy otro niño que mira al solitario y le pregunta: ¿Qué pintura elegirías para explicar lo que nos pasa? Y el niño recorre de forma insólita todas las pinacotecas del mundo en menos de un minuto sin excluir salones de millonarios saudíes ni sótanos derrumbados en los que alguna dama de Velázquez lleva pidiendo auxilio varios siglos con un hilo de voz. Acabado su viaje se presenta ante mí y me dice: ‘Caída de los ángeles rebeldes. Pieter Brueghel. Esto es exactamente lo que nos pasa’. Entonces miro la tela y comienzo a perderme por las puertas abiertas que hay entre el bien y el mal y una sensación de paz me coge de la mano y pienso que es grotesco, que mi naturaleza es la misma que la de un arcángel que se pasó al otro bando o la de un ser anfibio que regatea su muerte con Dios como si estuviese comprando una alfombra. Sí, eso es lo que nos pasa.

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