29/10/14
Imagino que la pura e instintiva supervivencia nos hace desarrollar una cavidad extra en la que albergar una moral alternativa, la famosa doble moral de la que tanto hablamos en abstracto y que no deja de ser una herramienta social para aparentar que no somos simples depredadores y que los que están a nuestro alrededor no tienen porqué salir espantados. La tienen los políticos cuando hablan de corrupción y a la semana aparecen en el asiento de atrás de un coche a la salida de un juzgado. Todos gestionamos nuestras grandes o pequeñas corrupciones de acuerdo con nuestro nivel de tolerancia. Lo peor de algo así es que se convierta en un lenguaje cotidiano y que a fuerza de convertirse en multitudinario gane en impunidad, o lo que es más grave: que deje de parecernos reprobable. Lo que ahora viene aflorando como corrupción en la clase política y en la Administración es idéntico a lo que existe en la empresa privada. Muchos dirán: es dinero privado, allá ellos y cómo se lo gasten. Lo que quizá no piensan es que lo público es espejo de lo privado y que su ejemplaridad irradia a todo el sistema. De no ser así corremos el peligro de ver cómo se desmorona el Estado de Derecho y hasta nuestra relativamente joven democracia. Se lo estamos poniendo fácil a los totalitarios, a los populistas y a todos los oportunistas que vean en esta situación el mejor escenario para agitar en alto la escoba y decirle al pueblo: vamos a barrerlos. Y a este paso llegará un día en que sea muy difícil decirles que no.
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