26/9/14

Satán y sus alados ministros parecen gobernar con mano diestra el curso de las cosas. Lo digo porque Milton a veces viaja en el mismo tren que yo. Creo que al final consiguió una chapucilla a media jornada como traductor de manuales de usuario en una empresa nórdica de herramientas. Le veo algunas mañanas con su maletín térmico de la comida, como el mío, sentado al otro extremo del vagón, tamborileando con las uñas en la base plástica del asiento y mostrándose entretenido con la pantalla de scroll en la aparece la hora, la temperatura y el destino. Satán y sus alados ministros nos pusieron aquí, John, le digo mentalmente, fíjate en lo que ha acabado el destino: una palabra hecha de puntitos de luz roja que aparece y desaparece como hileras de patos en un tiro al blanco de feria. Yo hoy llevo macarrones que sobraron de ayer, ¿tú? Cordero frío y brócoli, contesta. Joder, odio el brócoli, le digo, sólo pronunciar la palabra me dan náuseas. A Milton le resbala mi disgusto. No se lo reprocho. Tuvimos el paraíso y lo perdimos. Fin de la historia. Eso es exactamente lo que me dice con la mirada después de que una señorita con voz de comer a diario en casa diga: próxima estación, Majadahonda.

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