26/9/14

Soy tan ridículo que cuando estoy triste me digo cosas en latín. No las llego a decir, sólo las pienso teatralmente, como si el que está dentro en ese momento no sintiese pudor de adoptar una pose romántica de general con la casaca desgarrada y sanguinolenta al que le quedan todavía arrestos para animar a sus soldados a que avancen: una mano que dice adelante indicando el camino, infundiendo. De boca de ese personaje es fácil que salga la palabra Regnum u Omnia, ambas lo bastante rotundas como para satisfacerme. Después de repetirme cosas en latín no consigo que se vaya la tristeza. Al contrario, aumenta, pero lo hace disfrazada de algo que huele a aceite viejo mezclado con pigmentos color cadmio, a alfombras gruesas con dibujos de gárgolas, a cuberterías de plata y a contraventanas muy altas que cortan la luz en lonchas para que yo en silencio me las coma.

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