21/9/14

Quizá la solución sea morir en grupo,
arrojarse de quince en quince al acantilado.

Aunque resultaría impropia esa solidaridad:
no estamos programados para lo ecuánime.

Una fiesta. Organizar algo (grupos de treinta)
y al amanecer irse, muy a la francesa.

Pero siendo honrados: a ciertas edades
ya no llama mucho lo de la fiesta.

Treinta abuelos en sillones vibratorios
escuchando música de los ochenta: muy triste,
casi más que la enfermedad.

Puede que lo más higiénico sea irse solo,
llevar el ticket del peaje en la mano,
un jersey agradable, recién cenados,
la sonatina op. 67 de Sibelius en el ipod,
algo de poesía en el bolsillo
por si la cosa se alarga, abrígate, sí,
me abrigaré, ve despacio, claro.

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