12/9/14

Detrás de una recomendación casi siempre hay un intento de doctrina, una especie de fascismo amable que ejercemos sin querer en nuestro entorno con la idea de propagar nuestra visión del mundo. Hay recomendaciones violentas (Roma, la conquista de América, el Tercer Reich) y las hay más sutiles, como la que te hace un amigo para que leas determinado libro que a él le gustó. Sus palabras fueron: es un libro muy honesto. En ese momento no quise quitarle la ilusión ni decirle que la honestidad no está en el top ten de mi credo literario, diría que no llega ni al top fifty. Días de Nevada, de Atxaga. No había leído nada suyo. Sabía que era vasco y me sonaba vagamente a literatura infantil. Después de las primeras treinta páginas tuve que dejarlo. Hice el esfuerzo. Escuché. Tuve la cortesía de mirar cómo deshacía las maletas al llegar a Reno, cómo se fue con su mujer y sus hijas a cenar a un Taco Bell, cómo mataba arañas, los cafés que se tomaba en su diminuto despacho que le cedió la Universidad de Nevada en calidad de escritor invitado. Quería que la voz que había detrás me llegase. Siempre hay una parte amarga en dejar algo a medias: un libro, una relación, un viaje, incluso una palabra que no pudiste decir un día y que te persigue después, medio nacida y medio muerta, como una maldición. Con los años he aprendido a irme de muchos sitios a la francesa, es lo más higiénico. Ya vendrá otro que ocupe mi lugar y sepa encontrar la palanca para que las palabras de ese libro dejen de ser palabras y se conviertan en parte de todo lo que flota en el aire.

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