5/8/14

No podría compararlo con la religión, puesto que no creo en ninguna, pero si tuviera que definir el acto más íntimo de responsabilidad que puede llevar a cabo una persona diría que es su pensamiento, y no me refiero a esas composiciones estáticas con las que muchos se conforman y etiquetan al resto por pereza, un altar bien definido para saber a qué atenerse. Hablo de las ideas que van haciendo lo que somos y que al ser cambiantes nos ayudan a generar un proceso de conocimiento que puede ser compartido. Quizá por eso siempre me han gustado los escritores que anteponen su pensamiento a la insufrible cacharrería literaria. Me aburren las tramas, los argumentos, las previsibles inflexiones de personajes, las estructuras de orfebrería que parecen querer un aplauso para el artesano que nació con el don de introducir barcos en botellas. Si Javier Marías escribiese un libro de recetas de cocina correría feliz a leerlo sabiendo que no me defraudaría, igual que no lo hizo con sus tres volúmenes de Tu rostro mañana. Sería incapaz de decirle a alguien de qué van: ni me acuerdo ni me importa. Lo único que sé es que al leerlos dejé de ser quien era y me convertí en el que soy ahora.

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