24/7/14

Llegué media hora antes. Hacía calor a pesar del aire acondicionado que salía por unas toberas sobre las puertas automáticas. Una vigilante de seguridad muy musculada hablaba con la dependienta de la tienda de fundas de móvil. Cuando esperas a alguien el tiempo pasa muy despacio. Por eso decidí pasar el rato observándolas. Creo que a la vigilante le gustaba la chica. Creo que esta también estaba al tanto de la atracción y, a pesar de tratarse de una mujer de pelo corto y mal cuidado, además de masculinizada en su aspecto y la forma de repasar el armamento que colgaba de su cintura mientras hablaba, no veía con malos ojos tontear con ella. Quizá ambas esperasen algo, puede que no una persona que apareciese de pronto tras la puerta y las abrazase, pero sí algo que no acababa de venir. En estos casos el tiempo pasa mucho más despacio. A las nueve y doce aparecieron mis hijas corriendo. Competían por el primer abrazo. Un sensor automático me dijo que me reclinase para que ambas pudieran ganar. Nuria venía unos pasos por detrás. Me incorporé y nos abrazamos. Comprobé lo inexacto que resulta cualquier acto programado, lo inensayable, todo eso que pensaba ayer cuando aún no estaban y que me convertía en un hombre haciendo planes en voz alta. Subimos la rampa mecánica para coger un taxi. No me hizo falta volver la cabeza para saber que aquellas dos mujeres seguirían esperando.

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