11/7/14

La experiencia sólo sirve para captar pequeños detalles. Por ejemplo, saber cuándo un gesto de cariño es verdadero. He visto palmear cientos de espaldas, muchas de esas veces he sido yo el receptor de los palmeos, la mayoría rítmicos y fuertes, los que dan los hombres a otros hombres para mostrarles su adhesión y simpatía mientras se abrazan. También están los suaves, esos tan lánguidos que dan los superiores a los inferiores en una empresa, gesto que se deshumaniza nada más ser realizado porque tanto uno como otro comprenden en el acto que el receptor queda relegado al papel de mascota. Hoy mi experiencia ha visto uno de los más hermosos que recuerdo. Saliendo de trabajar vi caminando a un hombre y una mujer de setenta años, quizá más. Él llevaba en la mano una bolsa blanca de radiografía con el nombre de la clínica impreso. La bolsa se balanceaba en el aire como un columpio viejo. Si me hubiese podido acercar lo suficiente seguro que hubiese escuchado un chirrido de hierros oxidados. La mujer caminaba un paso por detrás de él. No hablaban. A los pocos segundos ella levantó el brazo y posó varias veces la palma de su mano en la espalda de él. Fueron tres golpes a una puerta conocida, tres golpes tan familiares que me emocionaron. Después no pasó nada más. Siguieron caminando. Yo les adelanté, pero me llevé esa imagen y la estuve repasando en el tren mientras pasaban las estaciones: una mano de mujer aterrizando tres veces sobre la espalda de un hombre.

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