31/7/14

A veces escucho a la palabra nosotros queriendo salir de donde vive, un lugar imaginario que yo entiendo como el magma que se vería si fuese capaz de cortar a sección un planeta del tamaño de mi mano. Desde allí me dice cosas. Ordena su vocabulario y el mío de tal forma que parezca fácil vivir. Sabe que mi concepción del mundo es muy básica y me pone ejemplos sencillos para la entienda. Me abre la puerta del trastero y me dice: nosotros tenemos una cuna desmontada porque nos da pena tirarla, si lo hiciéramos sería como tirar todos esos días en que ellas dormían a nuestro lado. Las personas defienden ciertos recuerdos para sobrevivir. Pero nosotros no nos conformamos con la supervivencia. Necesitamos bajar aquí de vez en cuando y tocar el cabecero y deslizar los dedos por los barrotes, como hacen los niños cuando pasan por una barandilla. Lo hacemos para saber que existimos, no sólo ahora mismo sino en el complicado continuo del tiempo. Sé que este pensamiento se te hace extraño. Dame la mano, me dice. ¿Lo entiendes ahora? Y le digo que sí, no para contentarla sino porque es verdad. Es la única palabra que me hace sentir la corriente del tiempo en un fluido de electricidad que va más allá del pasado y el futuro.

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