27/4/14

Hace días que recibo mails con fecha 01/01/1970. Los mensajes están vacíos y no tienen remitente. Sobra decir que será un spam, una incoherencia del servidor, un error que de vez en cuando hace más soportable la tecnología y juega a parecer un poco más humana. Pero recibir mensajes del pasado (sobre todo de ese pasado) me hace pensar en alguien que quiere comunicarse conmigo y no se atreve a decir su nombre ni a expresar su queja. Se conforma con inquietarme. ¿No es la inquietud una de las consecuencias más cotidianas del lenguaje? Utilizamos palabras para interferir en el recinto de los demás. Tener noticias de otras formas de vida es parte del juego social, del amoroso, el engranaje que nos hace parte del gran colectivo en el que nos miramos. Posiblemente sea un muerto. Puede que mi abuela paterna. A menudo entro en relación literaria con ella desde el día que cometí la torpeza de meterla en una novela que de momento no ha ido a ninguna parte. Quizá me quiera decir algo sobre la sintaxis o sobre el clima intempestivo y particular de la muerte: días enteros viendo llover, nadie por la calle, la luz inflamada que recorre a ese otro mundo en calma. Ojalá un día abra el correo y encuentre un texto, una carta, una amenaza. La narración de los muertos es de gran ayuda cuando tú, perdido en tu actual existencia, intentas desbrozar las líneas del camino. Alguien desde 1970 quiere decirme algo y yo me quedo muy quieto cada día con la esperanza de escuchar.