8/3/14
Una puerta para amigos nuevos. Hasta en la casa más indiferente debe permanecer siempre abierta, o al menos entornada y que las corrientes de aire se transformen en embajadoras de esa posibilidad. Sé que suena estúpido pensarlo porque nada de este mundo funciona así, pero reconforta con no sé qué sinergia humana imaginar un fenómeno atmosférico que anticipe la llegada de alguien que, entre otros equipajes, pueda traer paz, risa, una tabla compatible con la tuya de equivalencias, disparates y relatos de cosas inexistentes para la mayoría de los que te cruzas y con los que no se produce la electricidad básica de los encuentros. Una puerta entreabierta para amigos nuevos. Y vino caro. Y la complacencia con la que suenan las guitarras viejas. Y si él o ella se empeñan, pues un gato, aunque no vayan contigo ni te digan nada. Porque, ¿qué sería de la amistad sin las estribaciones en las que se relajan tus fronteras?, incluso, ¿qué sería de ti sin que se anulasen de tanto en tanto? Dejarla entornada y sentarse de espaldas para seguir atendiendo a la vida como si fuese un cliente. Mostrarse educado, no tanto por ella sino por ti: el entrenamiento de la dulzura siempre nos hace mejores para los que están por llegar.