8/3/14

Ojalá existiera un pegamento capaz de fijarnos al aquí y al ahora como esos hombres de los anuncios que se pegan la suela de los zapatos al techo y siguen sonriendo mientras muestran a cámara el producto. Yo esta mañana querría ser uno de ellos. Lo pensaba hace un momento, después de tomar café, con la casa aún en silencio y la luz ganando intensidad para recordarme la tortuosa sencillez del drama: es oscuro, ahora es claro, abre los ojos, sigues aquí. Me aplicaría el pegamento por todo el cuerpo y me quedaría suspendido en el aire, que es donde vive y por donde pasa el tiempo, según dicen. No es que me quiera quedar aquí siempre. La idea sería quedarme pegado a él, al trozo que eligiera. Cuando pasara diría adiós con la mano, porque otro momento nuevo se pondría delante y me empujaría hacia atrás sin rabia. El movimiento de la vida nos posterga a la fuerza, pero no lo hace a posta ni le mueve nada personal. En la economía de espacios es imposible imaginar un mismo lugar para todos los tiempos y sus habitantes: felices o no, convencidos o incrédulos, asqueados de la constante transición de las cosas o agradecidos por haber sido testigos de un simple trozo de algo endeble que giró un par de veces, brilló y después desapareció.