7/3/14

La muerte debería tener alguna utilidad social más allá del dolor de los allegados y esos jardines dudosos llenos de cruces, o las cenizas con las que al final nadie sabe muy bien qué hacer. Cuando seamos capaces de investigar en el reciclaje de los cuerpos que ya no sirven para nada daremos un gran paso en la Historia. Muchas veces he soñado que tras mi muerte me convertía en un neumático. Daría vueltas junto con otros tres muertos. Viajaríamos. Llevaríamos a una familia desconocida a pasar un bonito día en el campo. ¿No es mejor que acabar ocupando un lugar bajo tierra metido en un cajón? Convirtamos a nuestros muertos en abono, en proteínas, en materiales nuevos que ayuden a talar menos árboles, cuadernos para que los niños pinten, utensilios de cocina, sombrillas, cartón, materiales para construir puentes, carreteras, bombillas que al encenderlas luzca su alma, trajes para submarinistas, instrumentos musicales, fibra aislante para aviones. Así conseguiríamos, por una vía no espiritual, estar presentes para siempre sin las hipótesis de la eternidad. Ana María Moix dijo que la quemaran y tiraran luego sus cenizas por el váter. No está mal, pero es un desperdicio. Seguro que ella hubiese aprobado otro final: ser las ruedas de la bicicleta más poética de Barcelona.