29/3/14

El pasado es una habitación vacía
en la que acaba de estar mucha gente.

El dudoso calor humano todavía está allí,
prendido de las perchas
en las que se ahorcan los abrigos.

Abres las ventanas. En realidad no lo haces,
no puedes, es una broma.

Los árboles de Eduardo Dato
se esconden de ti tras una tapia.

1974 no está al alcance de tu mano,
pero te sientas en el escalón de la pizarra
y respiras la condensación de treinta cuerpos
que hace nada estuvieron allí.

El aire todavía es de ellos
y también de alguna forma tuyo:
residualmente,
transportado a la fuerza, a hombros
del esquelético ímpetu de las palabras.