5/2/14

Quince años ya y sigo sin saber cómo se llama esto que me atraviesa cuando pienso en ti y en todo lo que nos ha rodeado este tiempo de botes, baches y amaneceres que siempre han acabado resultando generosos a pesar del egoísmo o la infelicidad con la que nos metiésemos en la cama. Sólo sé que un día trajiste comida a mi jaula y encendiste la radio mientras comía y buscaste esa emisora que pone veinticuatro horas ininterrumpidas el repertorio completo de piezas menores de Sibelius: música para cuando come una fiera que está sola, se debía llamar, porque así es como estaba cuando me encontraste. Hay un mundo antes y otro después. El de después no se parece en nada al otro, que se componía de nube negra y yo debajo. Al caminar me seguía como en los dibujos malos. Pero era así y pensar en todos esos años de antes es como intentar recordar las caras de todos los que se han subido y bajado de un tren que ahora recorre otro país gracias a ti y a ese día que apareciste con tu cesta de las delicias y te sentaste a mi lado. Me preguntaste con el dedo para qué era la máquina de escribir y yo te respondí escribiendo a la vez que masticaba y que Sibelius nos envolvía en una luz de nieve hecha de todas las cosas que después iríamos viendo, ríos tóxicos que atravesamos de la mano haciendo equilibrios y tierras extrañas en las que hacía tanto viento que teníamos que inclinarnos hacia delante para no salir volando. Agárrate, me decías, y yo me agarraba y escribía con la otra mano y me sigo agarrando, porque el día que deje de hacerlo sé que desapareceré del mundo. Quince años ya desde que me sacaste de esa jaula y te vestiste de blanco para decirme que estarías conmigo siempre. Los adverbios de tiempo siempre me han dado cierto miedo pero ahora creo que son las palabras más bonitas que alguien pueda decir. Y hoy quería que la oyeras de la mía, de boca de la bestia, y decirte que ese adverbio tiene mucho que ver con lo que me atraviesa cuando pienso en ti. Feliz aniversario.