7/2/14

Imagina el ave más horrible del paraíso. Imagínala gorda y mirándote. Nadie correría a una tienda a comprar una cámara en medio de la noche para fotografiarla. Su cuerpo está cubierto de grasa caliente que chorrea, tanta que se te hace imposible pensar que Telemann hubiese escrito alguna vez un concierto o que la punta de su pluma hubiese caminado hacia atrás el día antes de que nacieras para borrar tu trozo del pastel de la belleza. El hígado de ese animal tiene una morfología cuya visión produciría asco. Pero sus ojos te obligan a que lo veas. Soy parte de ti, parece decirte, y no tan distinta. Mueve las alas pero no vuela. Su incapacidad es tan humana que no puedes evitar cierta empatía. Sus quejidos hacen que retumbe el suelo de gelatina que tiene todo espacio idílico que se precie. Una llanura completa que tiembla. Eso era. La vida. Y tú al lado intentando escapar o que algo te reconduzca fuera, porque esa tierra no concuerda con las descripciones que te fueron dadas. No Edén. Ahora lo sabes. Sólo era un lugar tan ridículo como cualquier metáfora.