1/2/14

No sé cuántos años llevo leyendo a Richard Ford. A ratos creo que es un amigo que tengo en algún lugar de Estados Unidos. En vez de mails o llamarnos me manda libros que leo con devoción y luego coloco muy despacio en el estante más noble de la librería. Nunca escribiré como él ni lo pretendo, pero no puedo evitar leerlo como el que lee a alguien con el que ha crecido. Lo poco que sé de su país me lo ha enseñado él. Sí, es verdad que ha habido otros, pero Ford ha sido el que con más paciencia se sentó conmigo durante años para contarme qué sienten las personas de allí y describirme cómo envejecen y las arrugas de sus manos y el ruido que hace el suelo de sus casas en verano cuando la madera se expande. Estados Unidos es un sitio para ir en coche. Los grandes escritores americanos escriben novelas mientras conducen. Cuántas veces me habré despertado en el asiento de al lado, confundido, con frío, mientras amanecía y dejábamos atrás Des Moines u otra ciudad y por mucho que le preguntara a dónde íbamos siempre me decía: sigue leyendo, sigue leyendo.