1/2/14

Ayer acabé hablando de Javier Marías a raíz de un post de Richard Ford y me acosté con la sensación de haberle dejado un espacio menor en el pequeño Olimpo de madera blanca de mi salón. El ataque oficial contra Marías se basa en su falta de españolidad y en la sintaxis retorcida y poco favorable a una lectura plácida, sus digresiones infinitas y sus ritornellos, por lo visto inadmisibles para alguien que paga veinte euros para que le cuenten una historia como Dios manda. También he escuchado que no sabe puntuar, que pone las comas (literal) donde le sale del culo. Me pregunto, ¿qué creerán que es la literatura todos esos que le disparan con tan ingenuas balas? Primero: la españolidad. Hablar a día de hoy de ese término es como hablar de que las fotografías nos roban el alma. No hace falta mirar mucho a nuestro alrededor para comprender que la españolidad se ha quedado para vender camisetas de la Selección y vestidos de sevillana en los aeropuertos. Internet ha borrado lo poco que quedaba de los patriotismos culturales. Somos de Google, de Twitter, de Facebook, de Youtube, de Instagram, de HBO, de Fox, de Amazon, países nuevos que juegan a la transnacionalización, a que las banderas sean intercambiables y tan volubles y prescindibles que el propio aire se ríe de ellas. Marías tiene predilección por ambientes anglosajones. Bien. ¿Qué problema hay? Recuerdo que hace muchos años (tendría yo trece o catorce) vi una entrevista que le hicieron a Cela en TVE. Su minuto de oro consistió en decirle al presentador que era capaz de absorber un litro de agua por el culo. Le dijo que si le traían un barreño se lo demostraría. No sé si semejantes demostraciones entran en ese concepto de españolidad que muchos le piden a un escritor rojigualdo. Desde luego que no va con mi idea de unas señas de identidad que huelen a fritanga y burdel de pueblo. A Marías nunca se lo perdonarán. Los guardianes de nuestras raíces todavía pululan por conferencias, bibliotecas nacionales, institutos Cervantes, periódicos, radios y premios literarios de más de seis mil euros. Es una pena pero es así. La literatura es un gueto y en España, a niveles mediáticos, aún más. Siempre aparecerán nuevas hornadas de Celas, disfrazados ahora de hipsters que creen que el futuro de la narrativa española es tocarse el paquete al principio de una conferencia para escandalizar a las tres abuelas medio dormidas que hay en la sala. Que vengan muchos Marías, por favor, y que el que tenemos no se muera nunca ni se aburra de escribir en español.