11/2/14

Ha comenzado el Estado del bienestar digital. Ante la inoperancia de los anteriores Estados analógicos y su pérdida de poder y referencia social hemos caído en manos de Google y sus perros de presa, en lo que queda de Apple y en la megalomanía de Microsoft y sus secuaces. Antiguamente, el Estado preservaba los estándares de felicidad de los ciudadanos. Velaba por la existencia de una sanidad pública decente, por fomentar la cultura como base para el progreso o por la prevalencia de una mínima justicia social. Convertido todo eso en nostalgia, ¿qué nos queda? El marketing, que todo lo huele y lo puede, ha visto una oportunidad de oro para que los grandes monopolios de la vida online hagan de Estados invisibles en los que los ciudadanos podamos refugiarnos. Ahora que nada existe, existen ellos. En sus palacios inventados nos refugiamos de las tormentas, nos aislamos y nos engañamos pensando que la modernidad era precisamente esto: chatear con un desconocido al que también le gustan los yorkshire. A falta de mejores referencias nos entregamos a una forma de vida en la que nada es lo que parece: los amigos no son amigos, las opiniones son estados y nosotros mismos simples dianas móviles para que los que ya son ricos lo sean mucho más: por eso su ansia de que les permitamos conocer en todo momento nuestra ubicación actual. A cambio, el Estado del bienestar digital nos permite licencias tan revolucionarias como la de poder interpretar el mundo en zapatillas de casa.