28/2/14

El tiempo habla entre dientes. A veces en lenguas desconocidas como aseguran los exorcistas que han asistido a niños en el Amazonas que de pronto hablaban en alemán o antiguas lenguas nórdicas mientras la mano del jesuita sujetaba su frente, el niño acostado sobre un lecho de neumáticos y las moscas y el cielo borroso y pesado sobre ellos. A veces el exorcista somos nosotros y nuestra mano es la suya en la frente del tiempo diciéndole no te entiendo, qué hago aquí bajo este techo de cañas y uralita, qué quieres decirme y por qué cierras los ojos cuando te miro. Monólogos desproporcionados que nos sorprenden por la espalda, sombras persecutorias que al doblar una esquina en una calle de Ciudad del Cabo nos cortan el paso y nos atraviesan furtivamente. Se me olvidó decirte, no me escuchaste, hubo un día hace mucho que pasaste por aquí, otra época, tus pasos se borraron y quizá hoy vienes a buscarlos. Pero limpié las calles, barrí después de la lluvia y convertí el suelo en un espejo para que tu imagen saliese disparada fuera del mundo. Después el niño se ladea. Quiere dormir. Las moscas velarán su sueño mientras a lo lejos suenan los machetes de los hombres en un intento armónico de pelar el aire y dejarlo como el día en que empezó todo. Así comienza su sueño. Retiras la mano de su frente. Ya está, dices, ya está.