18/2/14

Dices amor y a lo mejor está mal dicho. Dependiendo del caso podría ser campana, puerta o casa desconocida en alguna provincia submarina a la que sólo se accede por caminos en pendiente por los que caes un día creyendo que es el fin. Dices amor y esperas equivalencias, que el aire se convierta en pizarra y haya un pájaro dando una lección cristalina con la que tus ojos consigan abrirse al fin como las cúpulas de los observatorios. Exploraciones celestes, eso podría ser. Boca arriba asciendes. La gravedad es una novela para viejos. Flotas gracias a la cortesía de una ficción. El inventado gracias a la inventada. Pero si lo dices muchas veces se convierte en una destreza sin valor. Virtuosismo. Equilibrismo emocional. Cosas que contar a alguien en un hipódromo, escondido en tus prismáticos. La belleza es la marca comercial de la palabra amor. Maneja sus asuntos. Patrocina las horas que estás con ella. La culpable de que confundas sus ojos con un océano color almendra desde el que te llama un sol negro que esparce geométricamente sus rayos hasta que tu cabeza construye un ven y luego un salta y después otros sonidos que ya no distingues porque tu cuerpo está en el aire enfrascado en la idea de desaparecer.