21/2/14

A veces navego por webs de ataúdes como el que sale a pasear a un parque. A veces me encuentro con Pessoa que de pronto sale de uno y me dice hola. Lo hace muy natural, lejos de esas películas de muertos que vuelven a la vida demacrados y sin dientes. No hablamos de poesía. Lo hacemos de maderas, de acabados. Raro es el día en que mis dedos no siguen a los suyos que se deslizan por una tapa tan barnizada que parece un estanque congelado. Jugamos a patinadores del más allá en un intento de situar a la muerte en un lugar aceptable. Los pinos gallegos son los mejores, me dice. Mira este, da la sensación de que la vida que has dejado atrás fuese inestable y movediza. Sus nudillos golpean un lateral produciendo un eco amable. Cierro los ojos y vuelvo a los golpes que daba mi padre en la puerta de casa como contraseña para que supiera que llegaba de trabajar. Con esa alegría debes pensar en la muerte, dice Fernando. Pero tampoco le des más importancia ni conviene que ocupe tu pensamiento más que lo haría calcular la medida exacta de un planeta. Puede que tengas razón, le contesto mientras saltamos de un modelo a otro evitando pasar por los féretros más caros que tienen algo impúdico, como los panteones, como los coches antiguos de color negro, como casi todas las estatuas. ¿Por qué no le ponen nombres? Este es el SM-X05 y el de al lado su hermano, el SM-X06. Qué fácil sería todo si nos llamásemos así. Creo que lo hacen por el dolor, me explica, cuando debes elegir algo así no tienes la cabeza para florituras. Imagina que se llamasen Cóndor, Hades, Orión. La fuerza de esos nombres potenciaría el abatimiento por la pérdida y al final el cliente saldría de la web llorando y sin comprar. Resulta más aceptable llamar a la muerte por siglas. La higiene. Bueno, Fernando, volveré otro día. Cuando quieras, ya sabes dónde estoy. Pessoa se mete en su caja como si se fuese a la cama a echarse una siesta. Me pregunto cuántas veces tendré que venir por aquí para aprender a imitar su elegancia.