5/1/14

Un dios mitológico ajeno a mi círculo de confianza me ha encadenado a una roca. Cuando suba la marea moriré. Me suena haber leído esto antes, pero prefiero no preguntárselo porque parece muy abstraído escuchando su emisora de éxitos del pop rock de los noventa. Cronos juguetea con una guadaña, la misma con la que castró a Urano, su padre. Atrapado por el tiempo en una playa del Mediterráneo, junto a un camping abandonado. La divinidad en cuestión ha hecho paté con el hígado de Bolaño, el que le falló. Lo unta en unos biscotes muy pequeños y se lo lleva a la boca. En invierno el mar parece el fondo de un ataúd, ni las gaviotas consiguen disfrazar sus intenciones. Pero es hermoso estar aquí escuchando canciones que me hacen viajar a otra época, a coches cuyo color ni cuyos pasajeros recuerdo, a casas al amanecer y manos que me confundieron con una policromía. El amor era eso antes: dulzura y pérdida, mientras mi ansiedad me decía que saliese de allí, que cabalgase, porque llegaría un día en que mis brazos estarían amarrados a esta roca y sería invierno, tanto que el propio cielo ascendería los metros suficientes como para evitarnos.